11 de mayo de 2010

La maleta de mi padre (2)

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Para mí, ser escritor es descubrir, luchando pacientemente durante años, la segunda persona que se esconde en el interior de uno y el universo que convierte a esa persona en lo que es. Y cuando me refiero a la escritura lo primero que se me viene a la mente (…) es (…) alguien encerrado en una habitación y sentado a una mesa que se vuelve sobre sí mismo a solas y gracias a eso forja con palabras un nuevo mundo. Ese hombre, o esa mujer, puede escribir a máquina, puede aprovechar las facilidades que le ofrecen los ordenadores o, como yo, puede pasarse treinta años escribiendo a mano con una pluma sobre el papel. Mientras escribe puede tomar té o café, o fumar. A veces puede levantarse de su mesa y mirar por la ventana a los niños que juegan en la calle, a los árboles o al paisaje si tiene suerte, o bien a un muro oscuro. Puede escribir poesía, teatro, (UN BLOG), o, como yo, novelas. Todas esas diferencias vienen después de la actividad principal, la de sentarse a una mesa y volverse pacientemente sobre sí mismo.
Escribir es verter en palabras esa mirada hacia el interior, y estudiar con paciencia, obstinación y alegría un mundo nuevo según se va cruzando por el interior de uno mismo. Mintras pasan los días, los meses y los años y voy añadiendo lentamente palabras a la página en blanco sentado a mi mesa, siento que estoy construyendo para mí mismo un mundo nuevo, que extraigo de mi interior otra persona (…) creamos nuevos mundos con obstinación, paciencia y esperanza.
En mi opinión, el secreto de la escritura no reside en una inspiración que nunca se sabe de dónde va a venir, sino en la obstinación y la paciencia (…) Para que el escritor sea capaz de contar lentamente su propia vida como si fuera la de otro y para que pueda sentir esa fuerza narrativa en su interior, debe entregarse durante años con toda su paciencia a este arte y oficio sentado en su mesa y conseguir un cierto optimismo. La musa, que a algunos nunca se les aparece y que a otros les visita a menudo, ama esa confianza, ese optimismo, y en los momentos en que el autor se siente más solo, en que más duda del valor de sus esfuerzos, de su imaginación y de lo que escribe, o sea, cuando cree que la historia que está contando es solo su propia historia, parece como si le ofreciera de repente los relatos, las imágenes y los sueños que unen el mundo del que procede con el universo que se quiere crear.
La sensación más turbadora que me ha provocado la literatura, a la que he entregado toda mi vida, ha sido cuando he tenido la impresión de que ciertas frases, ideas o páginas que me hacían excepcionalmente feliz no las había enciontrado yo sino que me habían sido ofrecidas generosamente por alguna fuerza ajena a mí. (…) Para ser escritor, antes que la paciencia y el esfuerzo, debe surgir en nosotros el impulso de huir de las multitudes, de la sociedad, de la vida cotidiana, de las vivencias de los demás y encerrarnos en una habitación. Deseamos la paciencia y la esperanza para forjarnos un mundo profundo mediante la escritura. Pero es el deseo de encerrarnos en un habitación llena de libros, lo primero que nos pone en marcha.
Discurso leído por Orhan Pamuk ante la Academia Sueca en la Ceremonia de Entrega del Premio Nobel de Literatura 2006. (2)

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